Cuando piensas en verano todo se ilumina. El sol todo lo ilumina.
Que no son más que ganas de salir a la calle, sentir el fresco de las mañanas o comer un helado con chaqueta por la noche. Pasar calor en la piscina o pasear descalzo por la arena de una playa kilométrica. Desempolvar la bici para recorrer los caminos del pueblo y volver con ganas de barbacoa, y que se cumpla.
Verbenas, planes improvisados, naturaleza, nuevas aficiones, kilómetros para ir cerca y para ir lejos.
Vestir de corto, vivir al aire. Con los pies al aire y el pelo recogido.
Desconectar del trabajo por unos días para cargar pilas e ideas. Encontrarse con viejos amigos, con los de siempre y conocer nuevos. Volver a Andalucía o conocer la costa catalana que ahora está tan cerca.
Te imaginas lo que quieres conseguir. Tranquilidad, fiesta hasta el amanecer, comida y bebida de la que disfrutar de verdad, con sabor, con vistas.
Quizás te imaginas también la compañía. La ropa. Las sandalias. Porque puede que mañana ya nada sea igual y todo cambie; porque sabes que será para bien.
Y aquí estamos, en el verano de 2020, el más atípico que como sociedad podemos recordar. Con las maletas en la puerta y la incertidumbre de saber si podremos salir. Si sabremos disfrutar del nuevo verano que se empeñan en llamar nueva normalidad.
Con la mascarilla en la boca, y en el pensamiento. Todo el tiempo, como lo que deberían hacer los que de forma irresponsable no piensan ni en maletas ni en mascarillas. Ni en los demás.
Amig@s, no es un verano más. De todos depende que se cumpla lo que imaginamos. De que lo disfrutemos, nosotros y los que están a nuestro alrededor.
Por favor, seamos responsables.
Disfrutemos con cabeza.
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P.D. Este año es de libros ligeros, de los que se leen en la piscina sin preocupaciones. Recuerdo este de Zahara, «Trabajo, piso, pareja», por si te apetece.
Foto: playa de Cional, en Zamora (en un verano menos raro).