La vida se ha vuelto más verde últimamente. El caos fluye, y es en cierta medida, tranquilizador.
Un amigo me recordaba hace poco la frase del título, que llegó a nosotros en un momento en el que compartíamos intensos días de trabajo.
Enero pasó lento y febrero demasiado rápido, como era de esperar. Apenas nos hemos dado cuenta.
Esperábamos un final de carrera agotador y satisfactorio a partes iguales, y el caos hizo que frenáramos antes de tiempo. Con casi todos los deberes hechos y la incertidumbre de no saber cómo y cuándo arrancar de nuevo.
También era de esperar que un día como hoy yo estuviera preparando la maleta para volar a Frankfurt, otra de esas ciudades que siempre me dan cosas buenas desde que la pisé por primera vez en 2010.
Pero el caos actuó de nuevo y por él miles de personas nos quedaremos, de momento, en tierra.
El caos puede ser tan impredecible como los virus. Y los hay de todo tipo, ojo, no solo los que llegan de Asia. También explotan desde dentro o atacan desde fuera sin justificación.
La buena noticia es que el caos aclara de repente la agenda y llena la cabeza de ideas. Reviven las ganas y los proyectos aparcados.
El caos también agita las vidas, las transforma, las pone del revés muchas veces obligando a redibujar el trayecto. Y también las impulsa.
Es una nueva oportunidad para hacer más y mejor.
Como cada día.
Foto: vista de Frankfurt am Main (Alemania) desde el Eiserner Steg o puente de hierro (abril 2018).