Voy a confesar, ahora que no me lee nadie, lo que sucede de vez en cuando en mi salón.
Y es que, quién se sienta a mi lado, es capaz de escribir y publicar un artículo en el mismo tiempo que yo empiezo alguna de mis investigaciones que, si se da bien, terminará algún día aquí.
Además, conoce su tono de voz particular, ese que le hace ser único y sonar bien. Escribe con sabor ácido, sin pelos en la lengua y con un dominio de la materia propia de los frikis más interesantes (otro día os cuento sobre qué, si me deja).
Así que no me queda otra que tener cierta envidia sana.
Porque no hay nada mejor para escribir que tener algo que decir. Tener las ideas. Saber cómo contarlas para que enganchen.
Y los grandes de la escritura, quizás, tener un «algo» más.
Pero eso es capítulo aparte.
¿Qué más?
Quizás ese «algo» es lo que tenían algunos de los autores que se han colado en el blog de Libreando.
Por ejemplo, ¿sabías que Paulo Coelho estuvo en hospitales psiquiátricos? Y ha vendido 320 millones de libros en más de 170 países, traducidos a 83 lenguas.
¿O que el zamorano Leopoldo Alas Clarín se reunía en una cervecería con un grupo de amigos y compañeros que se apodaban Bilis Club para discutir infinidad de temas?
No sé si se trata de tener experiencias fuera de las habituales, o de rodearse de mucha gente diferente con ideas diferentes. O de tener ese «algo», un don. Pero lo que sí parece es que hay personas que tienen cosas que contar, y saben cómo hacerlo.
Con lápiz y papel
Aparte de una capacidad nata y de las experiencias y compañías que puedan surgir en el camino, sigo pensando que escribir bien se puede entrenar. Escribiendo mucho.
Textos cortos y largos. Malos y mejores. Sosos e inspiradores. Cada día.
Aunque por si no te has dado cuenta, ya lo hacemos sin querer. Un email a un cliente, una publicación en redes sociales, un Whatsapp a tu madre… Así que solo hay que esforzarse un poco más. Ese «algo» más.
Conocer técnicas de escritura, perder el miedo a la página en blanco, aprender a desarrollar personajes, espacios, historias. Practicar.
¿Y leer?
Pues seguro que también ayuda. Conocer diferentes autores y estilos de redacción a través de historias apasionantes. O perderse en un ensayo sobre alguna materia que te enganche. O recitar poesía en silencio. Hay miles de opciones, y alguna te encajará.
Piénsalo.
Encuentra el momento.
Busca tu objetivo.
Sumérgete en sus páginas.
Y si no encuentras tu próximo objetivo, echa un vistazo a las nuevas propuestas que están apareciendo, y recibe libros recomendados según tu personalidad para que buscar tu nuevo libro sea todavía más fácil.
Sin excusas.
Escribir y leer.
Leer (mucho) y escribir (mucho).
Y con suerte, por el camino, encontrarás tu estilo y tendrás algo que contar.