Que sea una empresa excelente

Ser perfeccionista es una de esas características con la que muchas personas respondemos cuando nos preguntan por nuestros puntos débiles. Por un lado parece que suena positivo por aquello de querer hacer las cosas siempre muy bien, pero, ¿realmente es útil la búsqueda constante de la perfección?

Para las empresas, esta búsqueda puede transformarse en más que una debilidad.

Sabemos que el objetivo básico de una empresa es generar rentabilidad. Crear el producto adecuado y llegar a los clientes adecuados para obtener beneficios. En el cómo hacerlo hay muchos otros objetivos, como generar beneficios en el entorno o que los trabajadores se sientan motivados para desplegar su potencial.

El problema suele ser que la perfección es inalcanzable; siempre hay imprevistos, errores, tareas que se pueden hacer y rehacer infinitamente mejor cada vez. Y así nunca terminamos porque nunca llegaremos a conseguir el objetivo de «perfección».

Una alternativa es buscar la excelencia. Se dice que la excelencia es un camino, y no tanto una meta como la perfección. La idea de camino implica que avanzamos y somos conscientes de que en cada paso podemos hacerlo mejor que en el anterior, sin dar por malos los resultados no-perfectos conseguidos en cada momento.

Sin embargo, en el camino a la excelencia no estamos solos. Y ahí está la clave en el mundo empresarial.

Es bueno pararse a pensar en qué basamos nuestra excelencia cuando la competencia nos adelanta por la derecha y por la izquierda, el mercado acelera, los clientes se cansan de esperarnos o las personas huyen para seguir otros caminos.

Escribía hace poco Xavier Marcet que el futuro de las empresas está en sincronizar capacidades y oportunidades. Si las oportunidades son más dinámicas que las capacidades, la empresa se empantana en sus inercias y hay problemas. Si las capacidades son más dinámicas que las oportunidades, entonces confunde precipitación con innovación.

Cuando en sus capacidades aparece el perfeccionismo, hay riesgo de crear inercias en forma de bucle de mejora continua negativa: las cosas se quedan sin hacer, sin concluir, sin llegar al mercado. Y los objetivos sin cumplir. Supone una pérdida de productividad cuando el mercado avanza más rápido y demanda y espera más de las capacidades de la empresa.

El perfeccionismo también tiene que ver con el inconformismo. Esto puede ser un poco controvertido, porque ser inconformista nos lleva a innovar. Y la innovación es muchas veces la llave para desarrollar ventajas competitivas y generar rentabilidad. Así que la línea es delgada.

Reaccionar a tiempo para sobrevivir

Hoy el mercado es muy dinámico y requiere una capacidad de adaptación más ágil que nunca para no perder posiciones.

Identificar el perfeccionismo no es fácil; aunque con la idea de Marcet podemos pensar que si existe apalancamiento quizás esa sincronización de capacidades y oportunidades tiene algún elemento que la perturba.

Dalí nos invitaba a no temer a la perfección, porque nunca se alcanza.

Quizás esto sea lo interesante. Buscar otras motivaciones fuera del perfeccionismo, que sí estén alineadas con los objetivos de la empresa. Generar valor, crear y crecer.

¿Sigues creyendo que lo importante es conseguir la matrícula de honor, o prefieres avanzar de curso con tu sobresaliente y tu impulso para adaptarte y hacerlo cada vez mejor en un mundo cambiante?

Es para pensárselo, porque el mundo empresarial no es un colegio. Es necesario salir ahí fuera, buscar las oportunidades y decidir quién quieres ser en tu sector: el líder que innova o el seguidor que reacciona.

Decía Peter Drucker que «la mejor forma de predecir el futuro es crearlo”, y se crea cuando decides luchar por el progreso, o por la perfección.

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